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2 ene 2012

El director letón Mariss Jansons dirige con brillantez a la Filarmónica de Viena

Optimismo y energía en el concierto de Año Nuevo

El director letón Mariss Jansons dirige con brillantez a la Filarmónica de Viena en un memorable recital seguido por 45 millones de espectadores



En 73 países de todos los continentes, 45 millones de personas han podido apreciar hoy uno de los más redondos conciertos de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena, brindado por la batuta del director letón Mariss Jansons como un antídoto contra todas las preocupaciones vaticinadas para 2012. Según Jansons, esta música transmite una "energía positiva inmensa". Las críticas publicadas a todo correr en la prensa vienesa son puro elogio al maestro: se habla de uno de los conciertos más memorables, de su intensa levedad, su equilibrio inteligente, su dulzura sin empalago, su sutileza profunda. 

El concierto que se repite año tras año desde 1939 trae siempre mensajes de paz. Si esta vez comenzó con la Marcha patriótica que los hermanos Josef y Johann Strauss compusieron para celebrar el ataque del iImperio Austrohúngaro a las tropas de Piamonte y Cerdeña, no fue por voluntad belicosa sino todo lo contrario, para recordar la fiera enemistad que reinaba entre las naciones en el pasado. Es una señal de advertencia ante el creciente escepticismo contra la Unión Europea, según el violinista Clemens Hellsberg, presidente de la Filarmónica de Viena.

Jansons ya dejó embelesada a la orquesta en 2006, cuando dirigió por primera vez el mítico concierto. Esta vez, los filarmónicos le demostraron su admiración dedicándole un programa hecho a su medida. Hijo de un director de orquesta y de una cantante judía, Jansons nació en 1943 en Riga en un escondite, al abrigo de la persecución nazi, y luego la familia emigró a Leningrado. El músico, que perfeccionó sus estudios en Viena, vive actualmente en San Petersburgo. En alusión a su lugar de residencia, se incluyeron en el concierto varios valses que los Strauss estrenaron en su época en San Petersburgo, así como el vals y el panorama de la ópera La bella durmiente de Chaikovski.

El repertorio hizo también alusión a temas de la agenda del nuevo año: la presidencia danesa de la Unión Europea recibió como saludo el Ferrocarril a vapor del danés Hans Christian Lumbye (1810-1874); Londres, sede de los Juegos Olímpicos, fue aludida con el Albion de Johann Strauss, mientras que el ballet retransmitido en directo por televisión al compás del vals del Danubio azul jugó con el famoso cuadro El beso, de Gustav Klimt, para anunciar las celebraciones de los 150 años del nacimiento del pintor modernista austriaco, al que se dedicarán numerosas exposiciones. Las coreografías del milanés Davide Bombana huyeron del kitsch predominante en años anteriores. Bombana supo dar una visión distante y un tanto crítica de la nostalgia por el pasado imperial presentándola como sencilla fantasía juguetona.

Gracias al virtuosismo de la Filarmónica de Viena, sumado a la sensibilidad y precisión de Mariss Jansons, los valses de la dinastía de Strauss, polcas y otras piezas musicales sedujeron por su vitalidad y gracia etérea. Parecía que nunca tocaban tierra.

Para terminar, al inevitable Danubio azul, el más conocido de los valses, siguió el animado fin de fiesta, cuando Jansons dirigió las palmas del público durante la enérgica Marcha Radetzky, que acabó desembocando en enardecidos aplausos.

Aniversario

Por primera vez, para la retransmisión se utilizó una cámara de vídeo colgante en perpetuo movimiento, lo que puso de relieve esta impresión de levitación y otorgó protagonismo a la arquitectura y ornamentos de la Sala Dorada del Musikverein. Un anticipo de la conmemoración de 200 años de la fundación de la Sociedad de Música de Viena, creada en 1812.

Se dice que en la Sala Dorada también la acústica es de oro. Que si fuera por esta construcción, nunca se habría necesitado inventar el micrófono. Expertos en acústica de todo el mundo peregrinan a Viena para intentar descifrar el secreto de este espacio donde la Filarmónica de Viena se siente en casa y los músicos invitados en el olimpo. El emperador Francisco José encargó al arquitecto Teophil von Hansen la construcción de este edificio solicitado por la Sociedad de Música de Viena (Wiener Musikverein), que desde su inauguración en 1870 dejó al público boquiabierto. Presenciar un concierto en la llamada Sala Dorada es como estar dentro de un violín. Como en el siglo XIX no existían barómetros exactos para planificar una acústica óptima, el caso del Musikverein se considera un golpe de fortuna. La perfección del sonido se debe a una serie de coincidencias: tanto a las dimensiones del edificio cuadriforme como a la construcción en madera del suelo y del techo colgante, o incluso a su ubicación en un terreno en cuyo subsuelo fluye agua.

Quien quiera escuchar el concierto de Año Nuevo en directo, envuelto en la fabulosa ola de sonidos de este templo musical, tiene que confiar en la suerte. El 1 de enero de 2013 será dirigido por el austriaco Franz Welser-Most, quien ya debutó en 2011. Para adquirir las entradas hay que enviar las solicitudes a la página web del Musikverein en un plazo preciso que va del 2 al 23 de enero. La Sala Dorada tiene cabida para unos 2.000 espectadores, y como hay decenas de miles de solicitudes, las ventas se deciden por sorteo. Los billetes cuestan entre 940 y 30 euros, las plazas más económicas son de pie, sin butaca. El gallinero no tiene nada de indigno, sino al contrario: es el lugar donde pasaron horas inolvidables escuchando conciertos y afinando el oído grandes maestros de la música, como fue el caso del mismo Mariss Jansons en sus tiempos de estudiante del Conservatorio en la capital austriaca.

Artículo de ´El País´

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